lunes, 11 de octubre de 2010

Intrucciones para comenzar a vivir con alguien

Mientras prevé su salario, sus gastos del mes, sus años de edad, sus inquietudes por el paraguas dejado en casa (ahora que ha llegado el otoño), sus libros sin leer que descansan en los estantes como provisiones de comida (pues se lee cuando a uno se le abre el apetito), sus esperanzas rotas, sus ideales maltrechos por los desalientos de esta vida; mientras piensa en la amplitud y anchura de su cama, en los cajones de la cómoda, en la cantidad de perchas del guardarropa, en sus aficiones televisivas y su único aparato receptor de señal televisiva; mientras sigue sumando su espacio de secretos, su cajita de zapatos transmutada en cajita de secretos guardada en algún rincón de casa; mientras analiza los pros y los contras que le propinará la familia, los amigos, el Estado, los test de las revistas masivas sobre el ideal de pareja y se salta a la página de horóscopos en donde se dice a la letra con un tono de insolente familiaridad que “en tu visa social: el equilibrio es lo más importante”. Retome la página 4 del periódico gratuito y vaya a ver la previsión climática: “se esperan lluvias torrenciales”. Vuelve usted a pensar en su paraguas. Usted camina ahora la a medias empinada calle Del desengaño, guarida ensombrecida por el edificio del Ministerio de cultura, en donde perviven prostitutas, chulos y clientes solos y desolados. Piensa en ese asunto de “los pasos” que una persona de su edad ha de dar, según la psicología social del programa matutino de 9 am. conducido por seres irreales de un Uranus que nunca se ofrecerían en la calle Del desengaño: animadoras y animadores, cuya vida no se parece a la suya: ríen, hacen al idiota incansablemente cinco días a la semana y le alegran la vida a amas de casa, desempleados y a Jenny la peluquera/o que corta el cabello con intuiciones de vanguardia en el local 7 de la calle Injusticia.


Era de esperarse: uno debe dar “el paso”. Usted piensa en las presiones sociales que se enmascaran en las premisas de la edad, del programa televisivo aquél, en sus conversaciones de tono grave que ha tenido con su pareja después de… ¿cómo decirlo? un tiempo razonable. Pondera esa posibilidad de cerrarse todas las posibilidades a alguna aventura amorosa más, a alguna conquista nocturna o al encuentro con esa pareja ideal que le espera, siempre le espera, bajo el ciprés en la campiña en una tarde de verano; pondera, también, la posibilidad de que su ser amado descubra su caja de secretos, sus fotos de antaño, sus bochornos de conciencia. Pondera la deslumbrante idea de ingresar a la Bolsa de valores (ubicada en la avenida de la Reforma) estas virtuales “acciones” suyas, para que algún corredor de Bolsa encuentre el índice especulativo de pros y contras que acarrea el ir a vivir con su amado. Esta idea se ve oscurecida en el cielo de sus ideas por una mejor, más radiante: no todo se trata de Usted, porque filósofo de la sospecha como es, su meditación muestra un alcance más amplio y una profundidad más intensa, ¿cómo no se le había ocurrido antes? Subjetivo ser egoísta, egocéntrico, egotista, ególatra y demás exuberancias del ego: se trata del otro, el-problema-del-otro. Ahora, sorprendido por un aguacero torrencial mientras se hallaba sumergido en estas cavilaciones, y a falta de paraguas, se guarece en el portal del número 3 bis de la calle El resguardo; pero, con todo, la mente encuentra su timin’ pues si se trata de vivir con el otro, ¿no es lo más natural cuestionar por la realidad, sí, del otro? No esa realidad cálida que siente junto a usted a la hora de dormir juntos en una cama que siempre es tan inmensa porque les permite estar juntos, esa realidad de cobijo en un mundo que llueve de estas maneras, esa realidad que le quita el apetito de comer, de leer y que le alimenta hasta el hartazgo de mariposas el estómago y de ilusiones el alma. Nos referimos a la realidad de la cual siempre cabe sospechar: se le ocurre pensar en que lo mejor sería contratar un investigador privado que lo ponga al tanto de los años en que Usted fue una ausencia, un inesperado. ¿De cuántas cosas no se vendrá a enterar Usted de ese otro que quiere quitarle sus espacios, saturar sus cajones, llenar el espacio del lavabo con otro cepillo de dientes, otro dentífrico, colmar sus estantes con otros libros, negociar la ducha por la mañana, los tiempos con sus amigos, cabildear sus vacaciones, alterar sus horarios, ingresar manías gastronómicas a su frigorífico? Un investigador privado, un Imán de la sospecha, un conquistador de lo secreto. Eso le vendría muy bien. El otro desconocido, su ser amado, sometido al conocimiento total antes de dejarle pasar del todo; porque, piensa Usted -ahora que la lluevia no amaina- en que los pasos que debe uno dar en la vida tienen que ser más seguros, y más a su edad en la cual ha de “encontrar un equilibrio”.

Ya aquí, guiado por sus valiosas e inéditas intuiciones, como cuando quiere poner a funcionar, sin éxito alguno, el aparato electrodoméstico que ha comprado sin leer el instructivo, aténgase a esta parca instrucción. Primero, recuerde que de pequeño le deleitaba la lluvia en aquellas tardes en que renegaba de sus mayores por los consejos aquellos de “no te mojes”, “ponte el impermeable”, a los cuales lograba desobedecer incauto de las consecuencias en las vías respiratorias (cuando las había). Déjese de necedades sobre el asunto de la Bolsa de valores y el investigador privado, y comience por cuestionar ¿cuándo fue que le comenzaron a preocupar tanto las lluvias de otoño, los paraguas y los pronósticos del clima? Luego, piense que en esos animadores de programas televisivos como en los esotéricos realizadores de horóscopos el desvivirse y la desolación les es tan común como lo es hoy día para cualquiera (como lo es para Usted). Finalmente, deje su vocación de sospecha por la certeza total de que ese otro, que es su ser amado, seguramente está ya más dentro de su vida de lo que Usted se piensa, porque siempre pensamos en la seguridad de los pasos cuando estos ya han sido dados. El encuentro de sonrisas al abrir la puerta de su pisito en la calle del Povernir 48, 5º puerta A, sus tiempos juntos, la preparación de la comida en la cocina, el despertar tan cerca en la mañana, los objetos olvidados por el otro en la habitación suya -como Usted ha olvidado el paraguas ahora en casa del su ser amado-, son ya la constatación de que usted vive con el otro, vive para el otro y no hay paso más seguro que este: darse cuenta de que o debe buscar otro escondite para sus secretos o definitivamente tirar sus ridículos secretos con todo y la ridícula cajita esa. Compre más perchas y mude sus calcetines al espacio de las camisetas para que el cajón sea lo suficientemente amplio para la maleta que su ser amado tendrá ya lista desde cinco días antes a la fecha.