martes, 16 de febrero de 2010

Instrucciones para decir adiós

No diga adiós. Al menos, no ahora. Albergue en su respiración, profunda como un aleteo de cóndor que surca el paisaje de desolado de su partida, este último momento. Evite a toda costa los eufemismos de quien parte a otras policromías de la vida y la topografía. Así que sus hasta luego, te llamo o te voy a extrañar, pueden quedar colgantes de un suspiro tenue, pero, a la vez, evasivo de este posible último momento de expresarse.

Pues, es por todos conocido que no hay palabras que sustituyan el fragor amargo y la hecatombe de dolores que sufre su carne toda verbo en este frágil momento. No busque en el mínimo diccionario de sus sinónimos corporales la manera de decir adiós. Los abrazos, el astringente levantamiento de hombros o su sonrisa forzada no pueden decir de una vez por todas lo que no debe decirse ahora. Únicamente usted y quienes escriben este instructivo entienden y evaden la palabra postrera de una humanidad avasallada por la distancia y las cotas de desasoiego que se pueden padecer aquí y ahora en una exasperante acumulación.

Por ello, restituya todos los lugares comunes de la despedida por su acertado sentir de que esto que le pasa, tan poco tolerante a evasiones y tan cruelmente invasivo, es algo que tiene que gritar con su presencia: “x” ó “y” de un plano cartesiano que no puede determinar en donde se encuentra el desarraigo de su contundente ausencia ahora presentida por el otro y contagiada a usted con empatías. Aférrese a la voz del otro lado del auricular, a la palabra de esta última epístola o a este momento vis a vis como una hoja de peral otoñal que no quiere desprenderse de su árbol, mismo que solitario ve pasar a las hormigas, a los colibríes o a las lluvias estivales. Alargue los silencios, los suspiros, las interjecciones para que su memoria sea capaz de recuperar en algún momento estos incompatibles páramos de desolación. Permita que el otro entienda su no estar más aquí, que sepa que algo se muere en él pero sobre todo en usted con esta expatriación de las fronteras de la existencia compartida. Sienta en lo más intenso de su vitalidad lo que es morir un poco, porque, después, en una vacía tarde de marzo se le hará evidente lo que es estar lejos, arrancado de su rama más querida como fruto siempre prematuro.

Aún ahora no diga adiós. Si le cuesta retener la palabra eche mano de anagramas, onomatopeyas, prosopopeyas y algunos recursos gramaticales que ni usted ni los autores de este instructivo comprenden pero inconscientemente y con lujo de ignorancia emplean. Para sus convulsiones de la proximidad vuelta en breve la lejanía balbucee una canción de cuna un poco con tendencia a lo ridículo. Sonría porque no sabemos de ahora hasta cuando usted podrá sonreír auténticamente; es de esperarse que nunca como ahora vuelva a ocurrir, así que sonría, si es posible ponga un bolígrafo entre sus labios, esfuerce la sonrisa quince segundos y después rompa en llanto. (Recuerde aquí las “Instrucciones para llorar” que un acreditado manual le han propiciado.) Después de hacer lo señalado, después de recordar sus decepciones y sus más frescas nostalgias que nada, pero absolutamente nada tienen que ver con esta despedida, sépase de la perspectiva que usted guarda en este momento, de lo que miraría algún otro, espectador, de este espectáculo tan doliente como artero.

Ahora todo vuelve a la velocidad de tiempo propicia… es tarde, porque siempre es tarde y usted tiene que irse. Las despedidas se alargan porque desde ahora todo es así: siempre demasiado tarde o demasiado temprano para la despedida. En un compactado instante diga todo lo que antes no dijo: hasta luego, te llamo y te voy a extrañar; sonría con sorna, asome con su batir de párpados un así es la vida, pero no lo diga ni de broma, si la situación es auditiva o gráfica sea cortés y cortante por su propio bien y por la realización plena de la despedida. Esto es crucial: ahora se encuentra entre el adiós o el arrepentimiento y esto último los manuales desacreditados no lo recomienda en lo absoluto.

Respire hondo, sostenga un suspiro traidor, de esos que le arrebatan quince minutos más de vida y mientras el avión K1456 retumba en el cielo camino a otro monótono destino; aseste breve pero solemne un adiós, uno de esos que son una esperanza difusa de volverse a encontrar tarde que temprano aunque sepa que no será así.

Cierre el sobre, cuelgue el auricular o vire con todas las de rigor sobre su propio torrente sanguíneo. Huya, fúguese como un cobarde que declarado partisano abandona la trinchera en el clímax más indescriptible de la batalla. Restriéguese en cada una de sus pestañas la idea de que es usted un desalmado por dejar todo tan así, tan insípido e insolvente, en un momento tan sabido y concreto.

Desplace con premura esta materia pesada, acuosa y plena de insatisfacciones que es su cuerpo, hacia el kilómetro uno de la distancia; reordene sus ideas, sus realidades contenidas en la imaginación y vuelva con arrepentimiento; pues ahora ha comenzado a enterarse que adiós, lo que se dice adiós ni usted ni el otro comprenden lo que significa cuando la materia oscura que lo mantiene ligado al universo se hace tan imperceptible como un ojo de huracán. Abrace y venga aquí y ahora con toda esta fiesta de palabras vacías, de oraciones prehechas, esas de un día nos volveremos a ver, pues al fin, aquí y ahora, ha comprendido que vivir es desvivirse en este deshilado que su vida es cada ocasión que se aleja de quien lo quiere (asunto tan poco frecuente como enigmático); entiende, al fin, que se trata, por las paradojas que tiene el lenguaje, de extenderse como agua que moja pero no se contiene, que la vida tiene sus cosas y, por lo menos, en un tiempo decir adiós será el crucigrama diario que buscará resolver entre sueños, a la hora del café o cuando alguien le abrace por una cortesía tan grata como cruel.

Diga ahora sí adiós, y en cada palabra sienta en sus entrañas las placas tectónicas de la letra, la sílaba y lo inexpresable que es el terremoto trepidatorio de esta despedida; porque este ser en fuga que es usted es más contundente y veraz que aquello de volverse a encontrar, tarea ingrata que usted ni nadie puede dar por sentada, cuando vivir es un decir adiós perpetuo, un fluir de savia y de aviones en despegue.