domingo, 21 de marzo de 2010

Instrucciones para llevar una vida más sana

Revise obsesivamente las etiquetas de tablas nutricionales y los valores energéticos de todos y cada uno de los comestibles que adquiere en la tienda de amplias superficies, o bien ahí en la tiendita de Don Pablo que aumenta escrupulosamente 14.2% a cada producto sobre precio sugerido al público —porcentaje que, a decir de él, le permite llevar una vida media, tendiente a alta, y no ser un despreciable burgués, tendiente a rapaz, entre los vecinos del barrio de La Palma. Vea , en dichas tablas, que el producto a consumir en su ingesta diaria no excede las medias de carbohidratos, proteínas, vitaminas, ácidos grasos, fibra alimentaria, calcio, sodio, gluten y estructuras genéticas que puedan alterar drásticamente su condición humana. Para hacer esto, tómese ¾ partes del día para poder estudiar a detalle y con minuciosidad cada bote de leche, cada lata de atún y para poder conversar con el encargado del departamento de salchichonería, el de carnicería y el pescadería. Poco importa si usted no gana los tres salarios mínimos requeridos para proveerse en una sola compra de todo lo que desea; la finalidad de este instructivo no se reserva el derecho de admisión ni se discrimina a nadie por su condición social. Con los días, Usted habrá advertido que esta incisiva manera de comportarse —revisar las tablas de nutricionales— en hacer la despensa, de acto pasará a hábito y de hábito a una cotidiana manera de ser. Con el tiempo podrá contrastar el imperio de la sanidad racional en su comportamiento consumista, con aquella anarquía de la idiotez que desarrollan sus vecinos o familiares en su manera de comprar sin preocuparse por las tablitas que algún pasante de Química en alimentos se ha molestado en poner para el servicio de los venidos a obsesivos ortoréxicos como Usted.

Después de confirmar que todos los productos comestibles pueden traer consecuencias severas para su salud, y dados los callejones sin salida a los que uno llega por el racionalismo extremo que lo dejan en estado de “ataraxia” (investigue en un diccionario de lenguas muertas lo que esto quiere decir), espabile, levante los hombros antes de llegar a la caja de cobro número 12 de la tienda en la que se ha pasado un mes formando su carácter de lector de tablitas de valores nutricionales y energéticos. Pague a la cajera Estoyparaservirle Encontrótodoloquebuscaba Graciasporsucompravuelvapronto la cantidad de dinero que Usted siente como una ofensa a su humanidad, pues ahora sabe que entre el 24% que se queda la tienda de grandes superficies o el 14.2% de Don Pablo, todo porcentaje, como sea, es un hurto por la desproporción medida a años luz; dado que los ingredientes y los procesos de obtención del comestible han sido minuciosamente comprobados por Usted con su amplia y ancha —a la par que estrecha y disminuida— cultura de Internet. Pagará la compra, sea cual sea el monto de dinero y la cantidad de productos, con alegría, con placer y cierta obscenidad que le permite esta satisfacción de ser un consumidor más.

Tomará el colectivo 150 que va desde Descubrimiento hasta la Plaza de la Excma. Inquisición. Se apeará. Con las bolsas cargadas cortándole los dedos, irá a casa, cocinará con aceite de olivo, extra virgen y extraído en frío, para no dañar sus coronarias. Comerá una manzana verde o alguna fruta, veinte minutos antes de sentarse a la mesa. En una basculita, de esas que le hacen parecer un idiota jugando a la comidita, medirá las porciones adecuadas que en el blog, revista o programa de radio o televisión, le dijeron que debía pesar. Como usted es tan obediente hará lo que éstos le han dicho y lo que nosotros le decimos que haga; pero no, no se preocupe, nosotros creemos, como Usted, que Usted mismo aun es una persona de libre albedrío y legítimas decisiones.

Coma tal cual le han dicho que decía “Horace Fletcher” (con este nombre le bastará, por si no sabe de quien le estamos hablando, para ingresarlo en el motor de búsqueda de Internet, fuente de todo conocimiento legítimo y que lo hace a usted desde espeleólogo, cocinero, director de pelis porno, hasta filósofo, espía y vil chismoso de todos sus conocidos). Entonces, pase 3 horas sentado a la mesa, mastique una y otra y otra vez. Por mucho que esta acción sea poco sociable y más cercana a un vacuno de siete estómagos, recuerde que es lo más sano. Duerma la siesta. Recuerde: dos horas después de comer son lo más recomendable para que alcance “sueño rem”.

Repuesto de todo lo anterior salga a caminar. Si su vida es miserable y prefiere ejercer sus capacidades omniscientes de Internet o tumbarse en el sofá para ver la televisión, entonces tendrá que comprarse un perro labrador, al que pondrá de nombre Max. Como es sabido, las mascotas tienen la virtud de satisfacer ciertas necesidades que la naturaleza les exige: como salir de espacios cerrados, “socializar” un poco con otros seres, respirar un aire que no este viciado por su propia existencia. Sabemos que esto a usted no le dice nada por su alto nivel de cultura que lo aleja de la natura, pero como sea, lleve a Max a dar un paseo. Si es posible, póngase el calzado deportivo y todo el disfraz de corredor que compró hace tiempo o el día de ayer cuando decidió que llevaría una vida más sana.

Vea el reloj de pared que se encuentra en la sala de su casa. Piense que con una hora bastará, ya que es un hecho que Usted para nada quiere prepararse para correr la Marathón, y que por humilde y mediocre que suene, Usted es una persona sencilla, común y corriente que se desvive por llevar una vida más sana.

Salga. Inhale y exhale. Prepárese para correr como nunca antes en su vida. Salude a algún desconocido con tono de prepotencia, por ser él una persona decadente y sin sentido de la vida sana, como Usted sí lo tiene. Piense en correr tres vueltas al Parque de la Soledad. Corra. Conforme corre, con su Max a un lado, vaya disminuyendo sus expectativas deportivas; mejor dará dos vueltas; ¡qué va! una y media bastará, pues ya dejó claro que de maratones, medallas, comerciales de cereales y entrevistas por televisión… de esto, nada. Finalmente, no ha dado ni una vuelta. Exhale e inhale, muestre a los vecinos y paseantes anónimos que Usted está muy cansado porque ha corrido. Su pobre perro ni siquiera a comenzado a exudar por el hocico, pero usted piensa que ya estuvo bueno; pues, por lo demás, ha comenzado a tener una dieta balanceada y con eso debe bastar.

Regrese a casa. Mire el reloj de la sala de estar. Confirme que ha pasado diez minutos fuera. Ingrese a la ducha. Prepare su cama. Vaya a dormir.

Ahí, sumergido en la penumbra, colmado del zumbido citadino que lo alcanza en su piso de la planta segunda de la puerta 3, piense en que ha sido buena idea no inscribirse en el gimnasio, después de lo que pasó en su maratónica carrera; recuerde las horas que malgastó pensando en las tablitas nutricionales y preocúpese por lo que hará a partir de ahora con su fiel cachorro Max, porque esto de la vida sana parece que no es para Usted. Porque a decir verdad, Usted cuando piensa en estas cosas, pensamientos que le asaltan en esos días de transición —año nuevo, cumpleaños, primavera— o en esos periodos de desesperación —explicable odio de ser Usted mismo, encerrado en Usted mismo—, en realidad lo que quiere no es llevar una vida más sana, sino emular o simular una imagen más de escaparate o de revista rosa con sus seres traídos hasta nosotros desde los paraísos del photoshop, con formas estilizadas por gimnasios, dietas duras, blandas, lunares, vegetales, bulimias, anorexias o el siempre injusto reparto genético del que usted fue sentenciado como culpable a la aglomeración de los normales.

Si lo que espera es que le digamos cómo llevar una vida más sana, por favor, comience por mandar a la mierda todas indicaciones anteriores. Coma lo que es debido, haga lo que es debido; ríase ante el espejo por las mañanas; silbe una canción de Frank Sinatra mientras pasa junto al desconocido que saludó con prepotencia cuando Usted corría con su canino; huela el aroma de la tierra después de que ha llovido; pregunte el nombre a la cajera de la tienda de amplias superficies; pare el tren a su chismorreo de redes sociales, y en lugar de perro compre un pollo de mascota; al menos, si el pollo le parece mala idea sabrá que hacer con él en la aplicación del método de Horace Fletcher, no como ahora que tiene un precioso labrador masticando su caro calzado deportivo a los pies de la cama y del que no puede desentenderse tan fácilmente en una barbacoa.

1 comentarios:

A las junio 30, 2010 , Blogger José Daniel Guerrero Gálvez (Oquitzin Azcatl) ha dicho...

Arturo,

Desde la mitad ya había mandado a volar todo lo que comentabas. No dejabas respirar un poco al lector particularmente yo, ya me daba un ataque se asma sin padecerlo.

Y tienes razón, todo eso consume el espíritu y seguiré tu consejo: "Coma lo que es debido, haga lo que es debido"

Un placer leerte...

 

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