miércoles, 25 de noviembre de 2009

Instrucciones para envejecer

Instrucciones para envejecer

Un buen día —uno como éste— usted ha despertado con la impresión prístina y diáfana de que en su rostro la estilográfica del tiempo ha delineado la primera y solitaria señal de que la vida prosigue con o sin su consentimiento. (Atienda a que esto ha sucedido mientras usted dormía, envuelto como crisálida entre sábanas, cuando a las 2 am. el servicio de limpieza de la ciudad, con el camión 12 y sus tres operadores, colectaban —bajo un hermoso cielo con luna menguante— su basura orgánica e inorgánica, misma que usted separó con diligencia para que el mundo no caminase estrepitosamente al apocalipsis; asunto que le ha permitido desechar en las bolsas negras amarradas con un hilito de metal más de lo humanamente imaginado y, en consecuencia, usted descansó en santa paz aliviado de toda culpa, pues ha seguido al pie de la letra el instructivo, de dudosa procedencia, “Cómo devastar el planeta sintiéndose un ciudadano Bio y sustentable”.)
Las instrucciones para usted, ya en esta situación, son difíciles de seguir, pero deposite toda su confianza y empeño en que al final de este instructivo para envejecer más de una infalibilidad será inalienable propiedad suya, pues en esto los derechos de autor y los litigios al caso son limitados.
Primero que nada, aleje de usted toda emotividad de decepción causada por la promesa incumplida de los productos publicitarios en que se anganchó desde años atrás: nada con lo que usted se haya empecinado, ninguna pomada o unto francés de elevado costo, así como las terapias para la piel, dieta especial o la mixtura de las hierbas caseras podía sobornar el orden legal del vivir. Éste es —pese a todas las tendencias democratizadoras de nuestro tiempo— autoritario, tirano e incurruptible. Evite, por esto mismo, llamar a los teléfonos de “atención a clientes” o “quejas” que las etiquetas de los ya mencionados productos tienen entremezclados con ingredientes químicos infinitos que por sus nombres le hacen añorar sus clases del segundo ciclo de bachillerato muchos años atrás. Si usted sufre de una crónica necedad y quiere aún así realizar la llamada a “atención a clientes”, recuerde doblegar a la voluntad porque ante la femenina y dulce voz del otro lado de la línea se encontrará con la dolorosa vergüenza de sumar a su consciencia del autoengañado la imagen del pésimo consumidor que nunca leyó las advertencias y aclaraciones que las adulteradas fuentes de la juventud, con nombres áureos pero ubicadas en países de tercer mundo, pusieron para usted en letras ilegibles, en una lengua muerta y con la sentencia indicada con un asterisco de que ese producto había sido únicamente “probado en animales”.
Para distraer sus punzadas de necedad, mejor vaya frente al espejo; éste, cómplice de sus monólogos, sus vanidades y frustraciones matutinas. Ahí, mientras la radio suena con el noticiero del día de hoy, usted deberá buscar minuciosamente otros rastros del envejecimiento. Confirmará, mientras el locutor informa sobre el incremento del índice Down Jones que, además de esa arruga que se dibujó con un pulso tan perfecto durante la última noche, el envejecimiento siempre es sistemático. Por favor, no se distraiga con la precisión que ahora le ha venido a la cabeza: es verdad, nunca ha comprendido usted qué indica el Down Jones, aunque sabe que alguien habrá ganado millones en acciones y otros, quizá en Japón, sacarán a relucir su tendencia suicida por haberlo perdido todo en las especulaciones financieras; por favor, mantenga la calma, que para estos últimos se ha creado el instructivo “Cómo evitar el suicidio después de quedar en la ruina, y haber sido un ruin avaro cuando tuvo riqueza”. Descubrirá en su antedicha búsqueda detenida que en la planta del pie derecho se halla una “línea del tiempo” (nada que relacione a esta expresión con un trivial recurso didáctico para enseñar a los idiotas los procesos históricos de la cultura), una línea del tiempo larga, profunda y antiestética que contrasta con la recién sentida al despertar el día de hoy. Se preguntará por qué nunca compró un ungüento contra las marcas del envejecimiento de la planta del pie derecho. Es sabido: los pies quedan muy lejos de lo que creemos que somos, parecen ajenos cuando se les ve bien, como está usted corroborando en este momento. Recordará, quizá, los momentos cuando caminaba junto al mar, con las sandalias en las manos, los pies de usted, sí suyos, y sus respectivas huellas, ante el ocaso de un sol que se ahogaba en el azul intenso del mar y usted podía sentir, ahí, cómo la dorada agua marítima, que trazaba estelas en la arena, le refrescaba el alma y le suavizaba sus preocupaciones; sabrá, ahora mejor que nunca, que si la vida se extiende más allá de los límites que imaginamos en el cotidiano, que si está presente en sus pies, en su espalda y en el dintorno de sus orejas, es porque la vida le fluye por todo el cuerpo. Entonces, siéntase intensamente triste, porque si la vida fluye por todo el cuerpo también se va secando por todo él: su arruga del pie derecho le precisará lo que aquí se pretende afirmar.
En la radio informan ahora sobre el estado del tiempo para hoy. Se informa sobre la imprevisible lluvia torrencial, el frío continuo y que la temperatura descenderá; apunta el locutor que todo esto es inusual pero es claro que se trata de una consecuencia del cambio climático que experimenta la humanidad debido a las emisiones de gases contaminantes y a la tala indiscriminada de árboles en el Amazonas. Dese usted el lujo de molestarse con la humanidad entera por su empeño tecnológico, su falta de educación y lo irresponsables que son todos sus prójimos; reproche a todos y cada uno: a sus compañeros de trabajo, a los políticos y sus G8, G15, Gn, amplíe el espectro de su pensamiento culposo hacia los pobres, las transnacionales, los líderes religiosos, los viejos y los que están naciendo. Recuerde, por favor, recuerde crear las debidas excepciones: su artista favorito del último filme que ganó el Oscar, el premio Nobel de la paz merecedor de este año, su amor (si lo tiene y no vive por las incomprensibilidades de la vida miserablemente solo), su madre y sus grandes camaradas, su mascota y los que hacen el alimento para mascotas; desde luego, recuerde que la mayor y mejor excepción de todo esto, es usted mismo, pues usted ha seguido las indicaciones de una persona preocupada por su entorno como lo indican los locutores de radio, los telediarios y los cantantes de moda (que, por cierto, también están excusados por la magnanimidad de su alma para perdonar a algunos y culpar a todos). Sí, usted separa la basura y recicla como si en ello se jugará el planeta su última oportunidad. Ahora, despunta en usted la irrefrenable meditación de que tal vez sus productos cosméticos innecesarios e inservibles, así como este instructivo en papel, ayudan a devastar recursos naturales y a contaminar en exceso; pero deténgase ahí, calme sus consideraciones y agitaciones del alma, porque usted es una de esas buenas personas que son conscientes de los problemas, lo cual lo hace ya “parte de la solución” (expresión que aprendió de uno de los apócrifos instructivos que lo llevan a superarse a sí mismo; enfatice que superación no es lo mismo que autoyuda, pues hay un abismo entre los libros que usted lee para superarse y aquellos que leen los necesitados de sí mismos).
Con la noticia de que el clima no puede estar peor, quédese en casa y falte a su trabajo. Aduzca razones de salud, porque usted considera que envejecer es una enfermedad, además de la creciente tristeza que comenzó a sentir causada por leer este instructivo cuando vio su arruga en la planta derecha del pie; advierta que ahí frente a sus ojos, han comenzado a nacer nuevas líneas del tiempo que se suman a las inocentes líneas de expresión.
Hoy, usted, ha comenzado a envejecer.
Olvide enunciados vacíos como “pero… si apenas tengo tantos o cuantos años de edad”; tampoco sirven las ideas de que usted escucha tal o cual música, hace ejercicio, sale de copas a menudo o se mantiene a la moda. La negación y aceptación son improcedentes para este instructivo, pues se ha escrito bajo los más estrictos “paradigmas” (término griego incomprensible para usted como para quienes redactan estas instrucciones, pero que le da un sesgo de autoridad; si aún así quiere comprenderlo diríjase al instructivo “Cómo consultar un diccionario de sinónimos para confundir a sus lectores”), paradigmas científicos, por los cuales ha de aferrarse a los datos axiomáticos como gato negro citadino que se sostiene de las tejas de esta urbe. Luego, por los ineludibles testimonios, datos y pruebas que ha recolectado en estos últimos cinco minutos confirme ante usted mismo que envejecer es algo normal, resígnese, sienta cómo le pesan los brazos, los hombros y el peso todo de la vida que le hace inclinar la cabeza hacia el piso; arrastre los pies con desestimación absoluta mientras se dirige a la cocina para preparar una taza de té; en estos momentos, júzguese sin piedad por todas las buenas ocasiones que ha dejado pasar de largo, los circunstancias en que evitó madurar, pues confundió la juventud con la estúpida idea de la inestabilidad de su carácter y sus proyectos a corto plazo.
Evite la confusión en todas sus presentaciones posibles: a partir de ahora no es necesario comprar un auto deportivo descapotable; comenzar a comprender los indicadores del Down Jones; entablar relaciones con nuevos amigos diez años menor que usted; sacar el álbum de cromos tomados con la polaroid y la cajita de zapatos que esconde en el clóset con recuerditos vergonzosos para liarse con la nostalgia de un pasado lejano y en aquellos de “dónde quedó” el chaval que usted fue; aléjese del sometimiento ante el extravío que le llevará a retirar los ahorros de la cuenta bancaria y pensar en viajar por todo el mundo huyendo de usted mismo, pues sepa de una vez que usted está encadenado a usted mismo irremisiblemente, sin derecho a fianza ni libertad bajo palabra.
Terminado el último sorbo de la taza de té. Salga de la cocina, rehágase y agrupe todo el valor posible. Olvide definitivamente la resignación, llame nuevamente al trabajo; con voz grave y de la más alta autoestima confirme que se siente mejor y que llegará un poco tarde.
Comience a dejar en claro que envejecer es incrementar la mirada, ampliar el paisaje que se extiende en la ventana sur de su piso que da a la calle de la Palma en donde circulan los peatones maldiciendo el frío, resguardados bajo el sintético techo de sus paraguas negros, beiges y azules. Perdónelos también a ellos por usar paraguas que no pasan las normas de sustentabilidad y de industrias que dañan el medioambiente. Advierta que debajo de la arruga tímida o aquella invisible hasta ahora (la de la planta del pie derecho y las emergentes al instante) pueden hallarse otras marcas indelebles que se generan por la amargura, el miedo a lo que viene y las energías marchitas de una vida que se deshoja como el álamo torcido del parque descuidado que se ubica en su barrio.
Nuevamente, frente al espejo, sonría ante sí mismo con satisfacción, pero sin vanagloriarse; preséntese a usted mismo ante “El espejo” con las debidas cortesías y formalidades, simulando un encuentro casual. Después de seguir al pie de la letra esta imbécil “prosopopeya” (término retórico que lo llevará ante el diccionario autorizado líneas arriba, mismo que los escritores del instructivo no han consultado) del espejo, piense con detenimiento y sumergido en el absurdo que nada de lo que diga, haga o entienda evitará que en los siguientes días aparezcan más arrugas, canas, caída del cabello y el hecho de que se sentirá frustrado al ver a los jóvenes besándose sin empacho en los parques (debajo del álamo que envejece también) o se verá a usted mismo desconociendo los nuevos grupos de música en apogeo que ya comienzan a sonar en la radio en este momento. A pesar de que los niños le muestren lo rápido que a partir de ahora usted envejecerá, cuando ellos comiencen a vestirse como lo indican las nuevas subculturas, a beber alcohol o a conducir el auto del padre, no les tenga rencor ni odie por ser el barómetro del envejecimiento que usted ha manifestado a partir de ahora. Por su excelsa magnanimidad apuntada líneas arriba, por favor: perdónelos por ser más jóvenes.
Aunque es cierto: usted está ya sometido al tiempo. Siga comprando, entonces, sus ungüentos infructuosos, escuchando los noticieros y comprando otros instructivos; sólo recuerde que llegado el momento deberá ir a la sección de tanatología y esoterismo, en la librería de la calle Independencia, para comprar tres ejemplares que corresponderán a cinco álamos derribados, y contando, para la intensificación del calentamiento global que ahora tanto le preocupa.

1 comentarios:

A las enero 20, 2010 , Blogger paty ha dicho...

Muy bueno, gracioso, después de carcajeárme, recordé la última vez que me reí así...y me di cuenta de que estoy envejeciendo.

 

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