viernes, 20 de noviembre de 2009

Aventis. Alina a Media luz

Ni Tolstoi, ni Dostoievsky, ni Chejov tienen esta seducción del ruso que tiene Alina. Es su sonoridad, su repercusión en las paredes de mi tímpano (anoto: ¿será el tímpano?) lo que dota a su idioma de los encantos Urales y siberianos de una ex urss en mi fantasía. Muy probablemente me equivoco. No sé leer casi nada, que es nada, el ruso; pero me imagino que así es.
Cuando Alina quiere decirme algo en español, una confidencia para que nuestros interlocutores no se enteren (el ruso aunque es lengua indoeuropea, no resulta difícil a sus parlantes asociar palabras con el español, cosa similar, y por demás incomprensible para mí, a la que pasa con el portugués, pues me resulta difícil entender este idioma) extiende un lienzo de palabras entre ella y yo que va jalando con las perfectas pausas entre sus labios rojizos y el espiral de mi oreja. No sé cómo lo hace, es un verdadero enigma: acorta las distancias. ¿Cuántas palabras hay entre la perfecta dicción y el bisbiseo que separa a un mexicano y a una uzbequistaní? Supongo que las mismas que había entre mi amiga argentina y yo, cuando me cantaba con su español bonarense “A media luz” haciendo el mismo trayecto. (Anoto: al volver a México, si es que un día regreso, ingresar a clases de tango.)
Si me resulta imposible desentrañar el enigma de este fenómeno sonoro, por demás harto femenino, lo que me causa extrañeza es la manera en cómo grita Alina ahora mismo. No sé si está traduciendo lo que digo y como se lo digo. Al principio conservó la calma, se le notaba tranquila. “Haz lo que dicen”, el recorrido entre nosotros fue instantáneo pero con la misma entonación seductora cuando me lo dijo.
A mis 24 años algo me ha quedado claro: prefiero que me asignen traductoras y no traductores. Del traductor pende mucho de la vida que llevas encima, que es una y nada más. Alina intenta hacerme entrar en razón, pero el problema es que estoy en ese momento en el que siento que me irrumpen los derechos de libertad de expresión y en el que me está ganando la hormona de machito, ¿será porque hay público femenino: Alina? He querido hacerle al Óscar Cadena de Cámara in fraganti pero se dieron cuenta y tuve que apagar el “record”.
“Pues diles que no me subo, Alina, que no”. Es enero y hace frío. Cuando hablamos nos sale el vaho, creo que el de Alina es el más denso, expone mejor que el de ellos y el mío la densidad y lo acalorada de la situación. Alina no para de hablar, es impresionante verla cómo se cambia de canal entre el ruso y el español con el simple movimiento de cabeza.
Ella estaba ya arriba del auto patrulla y se apeó cuando vio que le dije al de la militsiya por primera vez que “definitivamente, no”. (Anoto: el “definitivamente” nunca es tan definitivo.) No me gustó que me jaloneara la cámara. En primera porque no me gustan esos modales, segunda porque es “mi” cámara (por aquello del cariño que se apropia las cosas), tercera porque ni modo que llegue con mi carita de escuincle tarado con Aniceto Menéndez y le suelte el rollito de me quitaron la cámara. No sé si el asunto iba para tanto o sólo me querían ayudar a cargarla para subirme cómodamente a la patrulla; como sea, yo no le digo a ninguno de éstos: “a ver mi ‘poli’ le voy a hacer un stand up pero présteme su legendario ak-47 para que salga más regio”.
“Que ni madre, Alina, no me suben y me tocan y se meten en un problemón. Díselos”. No les está diciendo todo, digo, con todo y la ofensa, sus intervenciones son muy cortas. Como sea el idioma ruso en ella sigue siendo muy diferente al de éstos. Quién sabe si Aniceto hubiera hecho otra cosa como el corresponsal asignado que es ¿por qué nos separamos? ¡Carajo! Yo por hacer más tomas, pues es mi chamba en este rol de camarógrafo, pero Aniceto tiene más “colmillo”. Creo que me estoy pasando de la raya. Como sea, ellos también.
“Pues qué, oficiales, no que esto ya no es el sistema opresor de la Soyuz Soviétskij Socialistíchieskij Respublik (anoto: mi ruso se reduce a nombrar a la ex urss o la ex sssr —como dirían los entendidos, por sus siglas en ruso— y a decir gracias, buenos días y adiós), no que un país muy
libre y muy democrático, salido del oscurantismo de la dictadura? Diles, Alina”.
¿De qué lado estará Alina? Estoy perdiendo su atención, está espantada, es eso o el frío lo que ha hecho que se ponga pálida. En el fondo y en la superficie Alina sabe cómo funciona esto: una faltita de respeto y Do svinadiya! in extremis, o de menos un rato en el bote-llón. “No, Pepe, no le puedo decir eso, por favor, súbete”. Otra vez ha ocupado ese tono que me edulcora la cerilla interna de los oídos. “Bueno, bueno. Vamos, pues”. Aquí es en donde el “definitivamente” es algo así como, “pero conste que sólo porque me lo pide mi traductora de esa manera”.
Nos han traído a las oficinas de la poli. No se le baja el espanto a Alina. Sumo y sigo: “no ¿por qué? Es que definitivamente no voy a subir a ese edificio, si no quiero... Que no, Alina, estábamos grabando, sólo eso; no sé si no les sube el agua al tanque, pero ¿y la democracia? ¿y la Perestroika?... Bueno sí, eso, como se diga (¡matanga! con el ruso ni quien te gane, Alina)... ¿Qué dice?” “Dice (otra vez esa ensoñación rusa, órale Alina, sigue hablando que si me dicen que me llevan al paredón pues me voy siempre y cuando no dejes de hablar), ¡Pepe!”, “¡mande!” (anoto: no aprendo a no decir “mande”, ni porque los españoles se reían aduciendo que hablo como sus abuelitos) “Dice que es la misma democracia de México con el pri y que si no subes te van a poner ‘así’ con la cámara arriba un ratito”.
Ni modo, pido disculpas. No entendí eso de que me van a poner de tal o cual manera; después de lo que oí me siento un poco ultrajado en mis exigencias democráticas. Supongo que para como me van a poner no tiene nada de extravagante a los usos y costumbres de mi tierra entre tambos con agua y cables eléctricos, “tehuacanazos” y joyitas de nuestra militsiya; pero el punto ese de la “democracia” fue letal.
“No, pues vamos”. Diciendo y haciendo tomo la iniciativa y “pues adonde usted me diga mi ‘militsi’, ¿la cámara? Faltaba más, aquí la tiene”.
Seguro están revisando el material, no hay nada qué temer por su contenido. Ahora que Alina está lamentablemente callada, no dejo de pensar en qué hubiera pasado si mi ruso fuera más fluido y más rico de lo que es: seguramente me hubiera dado la media vuelta despectiva, “con paso del desdén” incluido, y ahora quién sabe si en lugar de estar en una oficinita de aquí arriba no estaría en los sótanos de allá abajo. Alina no sólo es mi traductora, es también quien comprende cómo actuar y me guía como buena camarada. Es claro que cuando yo eché rayos por entre el cerco de los dientes, ella decía otra cosa cuidando la integridad de ambos. (Anoto: los traductores son la tenue diferencia entre oficina y sótano para el corresponsal.)
“Oye, Alina: eres lo mejor. Ty ochen’ umnaya. Bolshoye spasibo za pomoshch !”

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