viernes, 20 de noviembre de 2009

Aventis. La rubia

Se cuenta que son una anomalía de los pigmentos en el iris. Los ojos azules son raros, al
menos para mí, sumergido en el lado latinoamericano del mundo lo son, y en su rareza tienen una hermosura que no deja de ser hipnótica para mi alma. Parece que todo lo humano es así. La piel nos identifica, nos diferencia, pero también nos expone. Nuestros músculos, huesos, entrañas, sangre y todo lo que está pasando debajo de esta piel; de mi piel morena. Las ideas, los sueños, las incomprensiones, los enigmas, todo esto también está debajo de mi piel, pero éstos, a diferencia de los músculos, entrañas y demás, pugnan por salir, por expresarse. ¿Cuántos mexicanos de ojos azules habrá? ¿cuántos alemanes morenos? Dónde se esconde uno cuando lo que exhibe quién eres está a plena vista.
A mí no me parece que ser una traductora serbia, rubia, de ojos azules, sea la manera más idónea de andar por ahí, entre tanta anarquía y entre tanto revés entre serbios y albaneses. Supongo que esto será lo mejor que nos pudo pasar: estar a expensas, en cuestiones idiomáticas, de ella, al menos así lo supuso el espía serbio Zogovish que nos llevó en auto de Budapest a Belgrado y ahí nos dejo con ella. ¿Pero cuántas rubias de ojos azules hay en Kósovo? ¿en la Pristina serbia? Ella no es espía, sólo es traductora.
Híjole, Pepe, la primera guerra y las cosas pintan color de la jodida. Un espía, no uno
de smoking y reloj marca Omega, sino uno que te lleva en coche proletario (sin cohetes, ni botones de auto-espía, aunque con un humo del escape del motor que nos oculta a la visibilidad del auto tres metros detrás de nosotros), un espía que es callado (al grado de suspicaz) y que cuando habla es con monosilábicos: “¡ya!”, “¡no!”, “¡yes!”, claro que cuando se esmera es “¡Of course¡” Digamos que se le perdona, pero eso de que no nos quisiera traer a Kósovo él mismo. No, no, algo no me suena. Para seguir la linda presentación: una rubia, no cualquiera, sino una serbia que es la traductora. Como encore acabo de llamar al cabrón de Jorge Berry (a quien dejé en París, después de despacharnos una buena cena), maestro de ceremonias de esta “gala”, pues el señor espía-reloj-Casio-con-agenda lo ayudó a él antes que a mí; pues lo llamé y mira lo que nos contesta, Pepe, cuando le advertí: “es rubia, Jorge, nos van a matar
en la esquina”. Con la preocupación de por medio, digo, de mi parte, le entendí algo así como “no le saques”. ¡Ay, Pepe! de que andas de susceptible ni quien te aguante. Lo bueno fue que le dije “qué” (con el tono indiferente aquel que le aprendí al
espía-chaqueta-imitación-piel), “que no la saques a la calle”.
Hasta el momento todo ha salido bien. Me las he apañado unos días con el traductor albanés que conseguí por unos cuantos (muchos) “greens”. Kósovo está inundado de morenos como yo. De momento, ninguna mirada extraña hacía mí. No parezco ni turista, ni nada particular. Aunque el problema de este ser a flor de piel no soy,
ahora, yo.
En Pristina la rubia nos ha conducido a una casa en el centro. Una casa de serbios, sola para nosotros tres: el camarógrafo, la traductora y yo. La tensión ha bajado, hemos minimizado el hecho mayor de que sea rubia entre musulmanes y albaneses. ¿Cuántos serbios morenos hay en Pristina? Aquí podemos estar seguros, al menos sentirnos seguros. Cerramos bien las puertas a nuestra llegada. Nos instalamos. Ella ha ocupado la recámara, nosotros nos acomodamos en la sala. El problema es qué hacer con los billetes, con esta “pasta”. Aquí no aceptan Master Card, ni cheques de viajero, ni nada de esas cosas que puedan reportarse en caso de robo o extravió. ¿Quién daría cheques de viajero en tiempos de guerra, versión especial? Qué dirías al llegar a la sucursal en ruinas. Primero carraspeas un poco para espabilarte la voz de seriedad, esto lo complementas al poner tu cara de idiota, es decir, de quien anda falto de billetes y dices: “soy corresponsal de guerra, ¿sabe? y mis cheques de viajero versión especial me los ha asaltado, o digamos, ‘confiscado’ o ‘expropiado’ un soldado de tal bando o un insurgente que pensó que mis recursos serían buenos para “la causa”. Sí, cuatro mil dólares americanos. No, sólo eso. Gracias por su atención”. Saldrías con una sonrisa de plena satisfacción en la cara y todo en orden. Pero no, de eso nada. Quizá el mejor banco en esta casa sea ese bote de jabón detergente (¿por qué las personas tenderán a decir “detargente”, con “a”? Sacar la bolsa del jabón, meter el dinero en el fondo del bote y volver a meter la bolsa. Arriba de
la caja del retrete, sí, quién sospecharía. Seguramente no es lo más apropiado, pero quizá es mejor que el tradicional bote de galletas de la alacena, además de ésos no tenemos en esta casa, aunque como en un rato vamos al “supermercado”
quizá compré algunas Oreo, seguro hay, siempre hay, son como la pinche Coca-Cola. No habrá un libro, tal vez ni agua potable, pero siempre, en la zona más inimaginable de marginación humana, hay una lata de Coca-Cola. La onu debería de contratarlos para distribuir los alimentos, quizá sería más efectivo. (Ahora que lo pienso las Oreo no vienen en bote.)
Era de esperarse, aunque novato en Kósovo, aunque ésta sea mi primera guerra, era de suponerse... No hace falta tener mucha experiencia (asunto por demás irremediable cuando estás recién entrado en los veinte años), ni tener el olfato periodístico (dos líneas arriba de catador de perfumes y uno cercano al nivel de perro antidrogas), como el que decía tener el petulante del colega italiano que encontré en el cuartel general
de la otan. La guerra ha dado un giro: los albaneses tomaron Kósovo.
“Nuestra casa”, uno comienza a tomarle cariño al espacio seguro de su existencia, y el cariño apropia las cosas, las hace que sean “nuestras” cosas aunque sea por un momento. Salimos de nuestra casa hace tres días para recoger material del conflicto en las afueras de Pristina y nuestra casa ha dejado de ser nuestra. Los albaneses han desalojado a serbios y de todo. No hay pierde, eso sí, son parejos. Nuestra casa está abierta y eso, digamos que en nuestras circunstancias, es imposible que suceda por un descuido de cualquiera de nosotros. Alguien está dentro, no hay de otra, alguien se metió. El caso es que, aunque con un poco de miedo, de zozobra, tengo que responder por el camarógrafo y la traductora, desde luego, aunque al final, también por mí.
Sin valentonadas (no hay necesidad de impactar a nadie), quizá mostrando un poco de recato, me abro paso y he entrado primero.
¡Es rubia y de ojos azules! mala combinación, Pepe, con una ciudad albanesa, morena, y entrando a una casa que ya ha sido tomada. Si me pidieran que propusiera a un icono femenino del ser-serbio seguro tendría que referir a la traductora, ¿se puede ser más serbio de lo que ella aparenta ser? Y con albaneses adentro, Pepe, mala estampa.
No había de otra, están instalados. Se adueñaron de la que fuera nuestra casa, lo hicieron en la
mañana de anteayer, el día que salimos. Si lo medito bien, quizá haya sido mejor que no estuviéramos. Ahora que estamos aquí hay de dos: la prioridad salir los tres ilesos y, la otra, si se puede, recuperar las cosas, la “pasta” e irnos al hotel para periodistas.
¡No hombre, ni lo pienses¡ ¿Por qué no antes? Aquí teníamos agua caliente, sanidad en cuanto al retrete, además estábamos seguros; en el hotel todo huele a caño, a mierda añejada, pues no han desasolvado los baños de la primera planta. Suponte que uno se aguanta el vivir como en campamento en los cuartos, como los otros colegas, es más, hasta puede uno imaginar que se fue a un camping escolar por unos días; pero los baños y el asunto del agua ni hablar. Eso lo tendremos que resolver si salimos de ésta. Tendremos que comprar una tetera para hervir el agua, acuérdate lo que te dijeron, que el agua está revolcada, en el mejor de los casos, pero ni qué decir de que hay cuerpos en descomposición en los tinacos. Cuerpos baleados de vivos sorprendidos buscando salvar la vida. Y pensar que un día se me ocurrió que sería el mejor escondite: un tinaco. Creo que lo mismo piensa el enemigo —cualquiera que sea el enemigo—, y eso de que te laves los dientes o te bañes con... ni pensarlo.
Cómo les digo que ésta es nuestra casa. La rubia se quedó atrás, prefiero que no hable (¿por qué no le hice caso a Berry? A lo mejor le entendí bien, a ver cómo era: “no le saques, Pepe”). A fajarse. Pues ni modo, el lenguaje universal, el más primitivo y del que nunca sabes si vas a salir bien librado: las señas.
Pues que sí, que es mi casa y que aquí están mis cosas (ni hablar de mi bote de jabón detergente que también está aquí). Algo le ha quedado claro a uno de ellos, que parece ser un campesino y tiene alma de liderazgo entre sus iguales (ya hablo como reclutador de empresa), le ha quedado bien clarito que, aunque moreno, no soy albanés. A mi me va quedando claro, ahora que sale de la casa, que si sale no es para dejarme vivir en ella. Tiene un dejo de rabia, pero también de seguridad.
Ni modo, tres tipos enormes y para colmo con pistola. No sé, la escena parece de esas de teatro, de aquellas que cuando va a bajar el telón final todos se arremolinan en el escenario. (Hubiera seguido en lo de la “artisteada”, digo, para aprender un poco en estas situaciones). Espero esto no termine en tragedia, que comedia, ni hablar, eso no es. Sólo no te pongas nervioso, Pepe, nada de nervios. (Si tan sólo estuviera aquí Héctor Vesga me enseñaría cómo hacerle al mimo y no jugarle tanto al vivo.)
¿La chica? ah, ella. No, no, para nada es serbia. Que no, nada de eso. Sí, viene con nosotros, es checa, para nada serbia. ¿Guapa? “yes”, pero guapa y checa. ¿Cuántas rubias de ojos azules hay en la República Checa? ¿cuántas morenas? Qué bueno que nos entendemos, nada de serbios aquí. ¿De la prensa? “Ya”, sí, de México. ¡Sí, tequila! Luego te mando una botella por sepomex si quieres, pero relájate “mano”. Pues sí, hombre, gracias, pero entre las opciones que nos da, de quedarnos a vivir con esta adorable familia (que ha tenido a bien hacerle de “paracaidista” y traerme tu grata presencia armada) o irnos de aquí, pues mejor nos vamos. “Of course!” Qué va, yo tengo una casita más bonita que ésta en México, sin ánimo de ofender, ni modo de empezar y terminar mal nuestra efímera amistad tequilera por un cuchitril como éste. No, pues si nos hubieran avisado hasta les limpiamos la casa, ¿verdad, checa? Guapa, checa y aplicada; pero “no” serbia. Qué bueno, si usted se ve inteligente, aunque la pistola le rompe un poco, digamos, el ángel, el estilo de genio que a leguas denota. Sólo un asunto más, si me hace el favor, necesitamos sacar nuestras cosas. Sí, rápido, ni diez minutos nos tardamos, pero por respeto, por un mínimo de respeto, si es posible, ¿podrían darnos esos diez minutos esperándonos afuera? ¡Hombre! no creo que sea mucho pedir a cambio de una casita tan mona. ¡Ah, sí! un cuchitril, claro, pero “monón”. Gracias, “yes”. Ya vamos.

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