viernes, 20 de noviembre de 2009

Aventis. Silopi's bar

Silopi”, parace el nombre del pueblo natal de Serendipiti o un parque de atracciones de Snoopy. Pero nada de eso. Silopi es un pueblo del Medio Oriente alejado de cualquier medida de pintoresco lugar para vivir. Silopi está a la mitad del aburrimiento y muy cercano a la desesperación, hace frontera con el hastío y de souvenirs en las tiendas de Silopi venden amuletos para el olvido, para olvidar que estuviste ahí.
Quizá no es para tanto, quizá estoy exagerando, pero la ubicación es precisa: queda
cerca de ese punto en el que se ubican los poblados de cuyo nombre y cuya ubicación “no quiero acordarme”, como ya dijo aquél (combatiente y luego reportero, venido a escritor de aventuras de caballerías, quiero decir, un narrador de aventis).
El caso es que aquí estamos: Silopi. Entre la espada y Silopi (anoto: cuando me sienta atrapado o asfixiado en un problema tendré que decir “estoy entre la frontera y Silopi”). Nos cerraron las fronteras y aquí terminamos Oñate, yo mismo y un montón de la prensa internacional. Irak del otro lado. Irak en guerra, en tensión. Aquí, Silopi en paz, en esa paz que conocen los pueblos de cualquier lugar del mundo, que te apaciguan en descanso por unos días pero más de una semana te receta en la cara el aire del aburrimiento, de la cartelera del cine que no cambia en dos meses, de los mediodías desiertos, de los dos canales de televisión abierta; en suma, días infinitos, hoyos negros de la rutina, una rutina oscura en la que no hay nada que reportar.
La abuela nos mantenía a todos los nietos ocupados en algo, decía que así no tendríamos cosas malas en que pensar. Conmigo nunca funcionó. En realidad mis acciones eran las consecuencias de mis profundos pensamientos que no tenían descanso: atar jicotillos con un hilito y hacerlos zumbar a mi alrededor, pasarle lista a todos los timbres de la colonia tocándolos y echándome a correr, colarme de contrabando al circo cuando estaba cerca de casa, pagar los helados con la mitad de un billete de 500 pesos, es decir, realizar el profundo milagro de multiplicar los helados. Las consecuencias a veces eran funestas, pero me las resolvía para pensar en algo más, en mantenerme ocupado, como quería la abuela.
El ocio ha sido el padre de mis inquietudes, el patrocinador de mis ocurrencias. Porque, a ver ¿qué hace uno después de que el fastidio ha llegado dos niveles arriba de la motononía y uno más abajito de “me lleva la chingada”? Pues lo que hace es organizar una fiestecita en un bar de bailarinas de moral distraída en el “Silopi’s Bar”. (Anoto: si algún día me retiro de la corresponsalía quizá lo mejor será dedicarme a poner franquicias de “Silopi’s Bar” en los pueblos más aburridos que he conocido.)
Desde luego que mis planes no son sólo míos. Para organizar una fiesta nunca sobran estrategias, y Oñate es un estratega que el buen Hussein ya quisiera entre sus comandantes.
El caso es que buscando qué hacer, Oñate y yo encontramos el “barecito”. Aplico comillas por obvias razones: primero, porque el diminutivo de bar podría pecar de inocente; segundo, porque el lugar sinceramente no es lo que se dice un club caballeros ejecutivos vip (afortunadamente el clasismo que se va desparramando por el mundo entre casinos, salas de cine y clubes nocturnos, aún no llega a Silopi —Very Important People, v.i.p., ¡joder! cómo se han flexibilizado los criterios para decir lo que es una persona muy importante); tercero, porque en Silopi para que algo se denomine un bar requiere alcohol y gente consumiendo alrededor de una botella con su agraciado contenido.
En Silopi’s Bar el pueblo exhibe la exuberancia de sus señoritas Medio Oriente. Su tez morena se convierte en todo símbolo, en todo un cuerpo de significados en movimiento, en traslación y rotación constante: entre la barra y el tubo. Eso lo sabemos Oñate y yo porque hemos ido ha hablar con el gerente, administrador, tesorero, abogado y dueño del lugar. Todo en una sola persona robusta como el mundo, bigote amplio, bello en pecho y camisa sudorosa con tres toques de pestilencia, que según él resaltan su virilidad; aunque Oñate y yo determinamos que lo único que resalta es su
falta de higiene, y sobre todo desconsideración hacia su distinguida clientela regular.
El acuerdo se ha dado entre canciones de Aero Smith, Rolling Stones y Vanilla Ice —como apreciada música cosmopolita de fondo—; lámparas neón color verde en la barra y azul para ambientar las mesas de madera; humo de tabaco oscuro emanado de pipas de agua al centro de las mesas, un poco de hachís fumado de contrabando y el humo que amablemente nos regala la máquina expendedora de humo artificial (al estilo fiesta-mexicana-de-quince-años para la princesa-de-la-casa, cierra-la-calle-pon-la-lona y contrata-al-sonidero-cumbiambero, no olvides los padrinos de vino). Nuestro contrato ha sido difícil: entre un básico idioma inglés, con interjecciones en árabe por parte de nuestro arrendador e interjecciones en español mexicano de nuestra parte. El trato quedó así:
Sin señoritas bailarinas. Se agradece, pero no son necesarias.
El Silopi’s Bar se abrirá exclusivamente para nip (Not Importan People. Anoto: ¿se dirá así? porque entre el árabe y el idioma albúr, que estoy aprendiendo a dominar, el inglés me está abandonando), que en este caso son los sesenta corresponsales, fotógrafos, camarógrafos, traductores y todo lo que se deje caer de la prensa internacional que invitaremos.
El Silopi’s Bar no se reservará el derecho de admisión y nosotros no pondremos a ningún cadenero al estilo “Charly-de-la-puerta-déjame-pasar” (lo cual nos ha obligado a Oñate y a mí a abandonar prácticas de cultura chilanga de discriminación social y racial).
De la cláusula 3 anterior se infiere que podrán entrar nuestras compañeras mujeres de la prensa, lo cual ha obligado al administrador del Silopi’s Bar a abandonar sus inercias machistas.
No cover. (Anoto: en el sentido lato, no en el de espía.)
Los ingresos generados por el consumo son para el Silopi’s Bar, por lo que no obtendremos comisión ni Oñate ni yo.
Prohibido poner de música ambiente a
Vanilla Ice.
Los arrendatarios, o sea el buen Oñate y yo, pondremos la música en el megáfono modelo-año-del-diluvio-universal que consistirá en música mexicana y seremos accesibles a propuestas de nuestro colegas, aunque inflexibles a poner a
Vanilla Ice.
No aplican restricciones y nada de letras chiquitas.
Después de tres cervezas y cuatro tequilazos hemos cerrado la negociación. Oñate y yo hemos salido a las 9 pm. orgullosos de esta nueva faceta de organizadores de eventos. Aunque en realidad el hecho se había cerrado desde un principio. La amplia humanidad que representaba el dueño del lugar echó cálculos desde un principio: sesenta extranjeros varados en Silopi, aburridos hasta decir “la chingada” y con dólares debajo del colchón, representaba la posibilidad de renovar la máquina de humo artificial que ya empezaba a expedir emanaciones de diesel y cable quemado.
Nos levantamos temprano: 10 am. ¿para qué tendríamos que hacerlo aún más temprano en este pueblo? El plan estaba trazado: hacer el recorrido por todos los hoteles, casas de huéspedes y restaurantes en donde podían haber o acudir colegas de la prensa. Con papel, plumones y cinta adhesiva pegamos los letreros que después de darle vueltas decidimos redactar así:

The border is closed,
but the party is open
Silopi’s Bar. 7:00 pm.

De las primeras dos línea del cartel Oñate estaba empeñado en enviarlas a la empresa HallMark para que la pusieran en sus postales, de lo cual nosotros cobraríamos un porcentaje. Pero decidimos que nuestra aventura de empresarios había terminado con el trato para la fiesta, sobre todo en la conquista de que no sonara Vanilla Ice en
Silopi’s Bar.
La fiesta ha sido todo un éxito. Llegaron todos. ¿Colados? Como siempre, pero se han comportado. El problema es que nadie, ni el propietario del lugar, ni Oñate y yo hemos recordado algo que en estos tiempos no se puede olvidar.
Veamos. Estamos en Turquía, en frontera con Irak, Irak está en guerra, y a las 11:00 pm. todos los comercios, incluido un barecito de un poblado olvidable, deben cerrar. La consecuencia está aquí enfrente. Claro que esta consecuencia tiene nombre, una placa que dice Servicio Secreto (que para mí ya no es tan “secreto”) y una ak-47, manufactura del buen Kalashnikov. En realidad los del Servicio Secreto (que nunca he entendido bien para qué “sirven”) llegaron a las 10:45, hace 15 minutos. Pensaba que eran otros colados, pero se sentaron tan tranquilamente que tuve mis inquietudes. Desde luego que cantando el coro de “El rey” con un vaso doble de tequila en mano, pues se le resta importancia a ciertos detalles. Sin embargo, a nuestro satélite humano, es decir, al dueño del lugar no le pasó nadita inadvertido. Mientras yo cantaba “con dinero y sin dinero/hago siempre lo que quiero...” comenzó a decirnos que la fiesta se terminó, aunque en realidad decía en inglés “game over”, creo que por una secuela de las máquinas de videojuegos que tiene al fondo del “club”.
“No me amueles si apenas se está poniendo bueno... No qué, nada del Servicio Secreto, pues les mandamos una de tequila y ahorita se alivianan... Sí, pues, ya verás, pérate, pérate. ¡Oñate, hermano! ¿cómo ves? que nos quieren cerrar... pues es lo que le estoy diciendo... No Oñate si un ‘cuerno de chivo’ hasta el jefe-de-jefes de los Tigres del Norte tiene, no se me espanten... A ver, ¿cuál señor? ¿aquél? Vamos a hablar con él.”
En realidad la conversación podría ser la misma que aquella que tuvimos con el planetoide del dueño del Silopi’s Bar, todo se desarrolla entre árabe, español e inglés, ¡ah! salvo un detallito: el cañón “cuernín de chivo” no deja de pasearse de mi sien a mi cara. Creo que no doy buena pinta de empresario con botella de chelita en la mano, que cambié por ser una bebida más suave para entablar conversaciones, según mi reciente experiencia adquirida como dealer de eventos.
“No, a ver my officer, ¿qué le invito?... sí, sí, ahorita nos vamos pero si no me apunta con ‘la tartamuda’ llegamos a un mejor acuerdo... pues usted perdonará que empuje el cañón, pero ¿sabe? malas costumbres de quien no está acostumbrado a ser encañonado mientras platica”. No sé, creo que en un bar chilango todo mundo estaría en el suelo, o todos habrían salido corriendo al ver la escenita ésta; pero aquí siguen empinando el codo, y ahorita mismo que termine este asunto con el Servicio Secreto iré a ver quién coño puso a Vanilla Ice.
El arma me apunta a la cabeza y más rápido de lo que la aparto vuelve a estar en mi sien. “Mira, somos de México, somos reporteros, todos... no claro que no todos somos de México, pero el señor aquí presente, Mister Oñate y yo, sí... ¿que hay mujeres? pues sí, reporteras igual que nosotros... Entonces, ¿no se toman una con nosotros?”
No sé francamente qué fue, pero se han ido y nos han dicho que hasta las 2 am. nos dan chance. Platicando con Oñate yo dudo que hayan sido los ofrecimientos de compartir los elixires del agave o la cebada, dudo también que fuese la horrorosa música de rap de Vanilla Ice en tiempos de guerra sonando en el bar de un pueblo que por unas horas dejó el hoyo negro del fastidio y dio paso a la luminosa alegría de unos corresponsales sumergidos en la ociosidad lo que nos dio “chance”. Como sea, los del Servicio Secreto nos han secreteado la
confidencia de que la frontera se abrirá mañana; de momento sigue cerrada y aquí la fiesta abierta.

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